Ninguno supo de la vida del otro, en ese tiempo no existían tantos medios de comunicación. Así que crecieron solo con el recuerdo de esa infantil amistad junto a la promesa de ser siempre amigos.
-¿Qué habrá sido de Lucy? Como me gustaría volver a saber de ella- Se preguntaba Santiago mientras miraba pasar el tren desde una banca del parque.
Lucí se preguntaba lo mismo del otro lado del mundo.
Los dos dejaron las cosas que estaban haciendo y como si estuviesen en una misma sintonía, fueron a buscar cada uno la moneda de la amistad.
Al tenerla en las manos y pensar el uno en el otro comenzaron a tener una sensación extraña.
-Qué raro, me siento extraña… - Lucí sentía como su piel se le erizaba
-¿Lucí? ¿Eres tú? -Escuchó ella quedándose totalmente paralizada
-¿Santiago?
Admirados por escuchar sus voces, no sabían lo que estaba pasando.
-Debo estar loca… ¿Hola, alguien me escucha?
-¡Si te escucho Lucí! Soy Santiago…no sé lo que esté pasando pero escucho todo lo que dices o piensas.
-¡Santiagooooooooooooooooooooo!- Gritó entusiasmada Lucí- Creo que es la moneda. En estos momentos la tengo en mi mano.
-¡Yo también tengo la moneda en mi mano!- Dijo él con voz quebrantada.
Todo quedo en silencio por unos minutos, ambos no sabían lo que realmente estaba sucediendo.
-Creo que estoy soñando, sí, eso es, estoy en un sueño y como hoy recordé a Lucí…-
-Claro que no es un sueño, tonto. Yo también puedo escuchar lo que dices y piensas. ¡Santiago, a fin de cuentas si eran monedas mágicas! Cuanto tiempo ha pasado, no sabes todo lo que tengo que contarte ¿Dónde estás? ¿Aun sigues viviendo en el mismo lugar? Contéstame. No sé si esto tenga hora de caducidad, lo único que sé es que no quiero volver a perder a mi amigo.
-No. Ya no vivo donde mismo, me he mudado a estudiar la Universidad ahora vivo en… y …. eché mucho de menos…. Nunca…
-¿Qué dices? No alcanzo a distinguir lo que…
Al parecer las monedas mágicas tenían un cierto límite de poder de comunicación. Ninguno sabía cómo funcionaba esa magia, rehicieron lo mismo durante horas, intentando volver a hacer ‘’funcionar’’ las monedas. Lucí emocionada, salió de su casa a contarle a su madre…
-No puedo esperar más, iré a casa de mi madre a decirle todo esto que pasó- Cogió las llaves de su auto y salió corriendo como cuando era niña, que sentía esa felicidad de ir a buscar a su mejor amigo para andar en bicicleta, imaginando que volaban.
Mientras tanto…
Santiago, cansado y aun fuera de sí por lo que había ocurrido se fue a la cama.
-No puedo creer que haya escuchado a Lucí. Sea lo que sea deseo poder hablar con ella una vez más, quiero reencontrarla. Por la mañana siguiente Santiago despertó de un salto. ¡Había soñado a Lucí! Había vuelto a tener comunicación gracias a las monedas, pero ahora por medio del sueño.
-No puedo esperar más, ahora que me dio su número en el sueño, la llamaré enseguida- bajó las escaleras corriendo y se dirigió al teléfono. Comenzó a marcar el número antes que se olvidará.
-Bueno- Respondió la voz de una mujer.
-Si, hola, ¿Qué tal? Me podría comunicar con Lucí Cornett, soy un viejo amigo.
-¿Con Lucí?- La voz de la mujer se escuchó un tanto sorprendida.
-¿No se encuentra? Puedo llamarla más tarde, solo dígale que su viejo amigo le llamó.
-Me parece que esto es una broma de muy mal gusto, ella no está- La mujer empezó a sollozar – Dígame quien es usted.
-Perdone por no presentarme, soy Santiago Valera.
-¡¿Santiago?! Oh por Dios, tanto tiempo… soy la mamá de Lucí…hijo no sé cómo es que hoy estés llamando aquí y no sé explicarte esto…
-¿Qué pasa Señora? La escucho muy mal
-Hijo… Lucí anoche sufrió un accidente al venir a casa… su auto quedo atascado en las vías del tren… y ella…. falleció.
Santiago paralizado por la noticia dejo caer el teléfono al piso, quedo inmóvil por largo tiempo suspendido entre la nada y el dolor.
-No puede ser… esto debe ser una pesadilla- Corrió a su habitación a buscar la moneda. Al llegar y querer sacar la moneda del cajón donde la tenía guardada… se encontró con una sorpresa, ya no era más la moneda mágica, ahora era una foto de él y de Lucí cuando eran niños.
Fin.
Iliana Cobian.
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